La Breve Historia de Hawking (I). El muñeco de trapo


Hace ya algunos meses decidí publicar en este blog algunas entradas comentando la obra de Stephen Hawking. Pero, cuando estaba apunto de comenzar, tuvo lugar el fallecimiento de este genial físico, y decidí dejar pasar un poco de tiempo. Y es que las cosas que quería publicar no eran alabanzas precisamente. En efecto, Hawking es alguien a quien, sinceramente, admiro muchísimo como persona y respeto enormemente como físico, pero no estoy para nada de acuerdo en muchas de las cosas que ha escrito.



Precisamente en este año se cumple en treinta aniversario de la publicación del libro que tal vez sea la obra de divulgación científica más importante de las últimas décadas, o al menos, la más famosa: Breve Historia del Tiempo. Realmente ha sido –y es– un auténtico bombazo editorial: más de veinte millones de copias.


Desde muchos puntos de vista me parece un libro admirable. Primero porque es una muestra de la fuerza de voluntad de Hawking: la forma en que se enfrentó a su grave enfermedad  –esclerosis lateral amiotrófica– y siguió con su labor académica, ya hacen de esa obra algo digno de mención. Y en segundo lugar, por la maestría con que está escrita: asombra como Hawking ha logrado hacer llegar al gran público conceptos de enorme dificultad de una forma clara –generalmente– y a la vez entretenida. De hecho, pienso que deberían haberle dado el premio Nobel. Pero no el de física, sino el de literatura…

Como él mismo dice en la sección de Agradecimientos con que empieza el libro, lo escribió pretendiendo dar respuesta a las preguntas que interesan a todo ser humano: ¿de dónde viene el universo? ¿Cómo y porqué empezó? ¿Tendrá un final y, en caso afirmativo, cómo será?

En los primeros capítulos de su libro, Hawking hace un ameno recorrido por la historia de la ciencia y de nuestra concepción del Universo, comenzando por los antiguos griegos y llegando a nuestros días. Expone con gran claridad algunos de los conceptos de la física sobre el espacio y el tiempo, explica –de forma verdaderamente magistral– la teoría de la Relatividad de Einstein y aborda, en el tercer capítulo, la explicación de la teoría del Big Bang.

Hay dos cosas que chocan en este tercer capítulo. La primera es que, por increíble que parezca, cuando habla del Big Bang no cita para nada a Lemaître, que fue quien propuso por primera vez la teoría. (Perdonad que me cite a mí mismo, pero de esto ya hablamos aquí). Muchas de las recesiones que se han hecho del libro, ya en los primeros años de su aparición, comentan esta peculiaridad. ¿Olvido, despiste? Prefiero no opinar. 

Y la segunda cosa destacable es que en este capítulo encontramos la primera... inexactitud –digámoslo finamente– del libro. Dice Hawking:

A mucha gente no le gusta la idea de que el tiempo tenga un principio, probablemente porque suena a intervención divina. (La Iglesia católica, por el contrario, se apropió del modelo del big bang y en 1951 proclamó oficialmente que estaba de acuerdo con la Biblia)

Oye, Stephen, ¿de dónde has sacado eso? Hawking se refiere –al menos eso nos hace deducir el año del que habla– a las palabras que pronunció Pio XII ante los miembros de Academia Pontificia de las Ciencias, el 22 de noviembre de 1951. Es cierto que el Papa valora positivamente en su discurso la teoría de Lemaître –quien estaba presente, dicho sea de paso–, pero basta con leer el texto para ver que de proclamación oficial nada. Es más: casi se podría decir que Pio XII hace justo lo contrario... En efecto, tras hacer referencia, entre otras cosas, a la constatación de que el Universo se expande, dice el Papa: 


Es muy cierto que los hechos ahora comprobados no son argumentos de prueba absoluta de la creación en el tiempo (...). Los hechos concernientes a las ciencias naturales a que nos hemos referido esperan todavía mayores investigaciones y confirmaciones, y las teorías sobre ellos fundadas necesitan nuevos desarrollos y pruebas para ofrecer una base segura a una argumentación que de suyo está fuera del campo propio de las ciencias naturales.
(La traducción es mía. Puedes leer aquí el discurso en italiano)



¿Por qué Hawking hace aquí una afirmación tan curiosa? Digo, él era suficientemente inteligente como para darse cuenta del verdadero significado de las palabras del Papa, y que mostrar interés por el trabajo de unos científicos no es proclamar oficialmente nada. ¿Por qué, pues, escribe eso? Luego te doy mi opinión.

Sigamos con la Breve Historia del Tiempo. Hawking dedica los capítulos cuarto y quinto a las principales conceptos de la física cuántica: el principio de incertidumbre, las partículas elementales, la formulación cuántica de las cuatro fuerzas del universo… Luego –saliéndose un poco del tema, todo hay que decirlo– dedica dos fabulosos capítulos, el sexto y el séptimo, a su especialidad: los agujeros negros.

Por fin, en el capítulo octavo entra en materia y comienza a exponer sus ideas sobre la forma en que entiende el origen del Universo, desmarcándose un poco de la teoría clásica del Big Bang. Es al comienzo de este capítulo cuando Hawking nos sorprende, una vez más, con la segunda tirada de la moto de su libro; bueno, digamos que se trata más bien de una anécdota sustancialmente adornada. Copio el párrafo entero porque –por desgracia– no tiene desperdicio:


Durante la década de los setenta me dediqué principalmente a estudiar los agujeros negros, pero en 1981 mi interés por cuestiones acerca del origen y el destino del universo se despertó de nuevo cuando asistí a una conferencia sobre cosmología, organizada por los jesuitas en el Vaticano. La Iglesia Católica había cometido un grave error con Galileo, cuando trató de sentar cátedra en una cuestión de ciencia, al declarar que el Sol se movía alrededor de la Tierra. Ahora, siglos después, había decidido invitar a un grupo de expertos para que la asesorasen sobre cosmología. Al final de la conferencia, a los participantes se nos concedió una audiencia con el Papa. Nos dijo que estaba bien estudiar la evolución del universo después del "big bang", pero que no debíamos indagar en el "big bang" mismo, porque se trataba del momento de la Creación y por tanto de la obra de Dios. Me alegré entonces de que no conociese el tema de la charla que yo acababa de dar en la conferencia: la posibilidad de que el espacio-tiempo fuese finito pero no tuviese ninguna frontera, lo que significaría que no hubo ningún principio, ningún momento de la Creación. ¡Yo no tenía ningún deseo de compartir el destino de Galileo, con quien me siento fuertemente identificado en parte por la coincidencia de haber nacido exactamente 300 años después de su muerte!

Vamos a sobrevolar el hecho de que el congreso no fue en el Vaticano, sino en Castelgandolfo, y que no fue organizado por los jesuitas si no por la Pontificia Academia de las Ciencias (Esta última confusión es bastante curiosa, pues Hawking pertenecía a la Academia cuando escribió el libro). En el párrafo que he citado, da la sensación de que Hawking quiere darle a su participación en el congreso más importancia de la que tuvo. Parece decir que la Iglesia reunió en aquella ocasión a una serie de científicos “para asesorarse”, cuando la realidad es que esas reuniones de la Pontificia Academia de las Ciencias, heredera de la Accademia dei Lincei –a la que, por cierto, pertenecía Galileo–, se celebran desde 1603.

En el párrafo que he citado, Hawking vuelve a poner en boca de un Romano Pontífice –San Juan Pablo II, a la sazón–  palabras que ni dijo ni pueden entenderse como él las interpreta. Realmente, uno se pregunta si Hawking no sabe que cuando habla un Papa todo se recoge por escrito, y, desde hace bastantes años, se publica en internet (Aquí el discurso del Papa al que se refiere). Intentar tergiversar las palabras de un Romano Pontífice es en general bastante arriesgado, pues cualquiera puede acudir a las fuentes... Estas fueron las palabras reales:


Toda hipótesis científica sobre el origen del mundo, como la de un átomo primitivo del que procedería el conjunto del universo físico, deja abierto el problema referente al comienzo del universo. La ciencia no puede por sí misma resolver dicha cuestión: hace falta ese saber del hombre que se eleva por encima de la física y de la astrofísica y que recibe el nombre de metafísica.


Como ves, el Papa no dijo que no se debiera indagar sobre el momento de la Creación, sino que para profundizar en ello es necesario ir más allá de la ciencia positiva. Cosa bastante lógica: intentar indagar con la física, la ciencia del espacio, el tiempo, la materia y la energía, aquello que sucedió cuando no había ni espacio ni tiempo ni materia ni energía, es como intentar aplicar el código de derecho civil a la receta del helado de fresa que hace mi madre. Es cierto que algo tiene que decir el código de sobre el helado de fresa: en efecto, pertenece a alguien y está sujeto a las leyes de propiedad. Pero jamás logrará explicar porque le sale tan increíblemente rico...

Es también muy llamativo que Hawking diga que se alegró por que el Papa no conociese el tema de su ponencia. En realidad, esa conferencia era una discusión muy académica –y bastante incomprensible, por cierto– en la cual sugería la posibilidad de estudiar el Big Bang aplicando la condición de no frontera que él y Penrose habían aplicado al estudio de los agujeros negros. Más adelante hablaremos de eso. 

A decir verdad, pienso que ni el Papa ni nadie le prestó demasiada atención a la ponencia, entre otras cosas porque por aquél entonces ninguno de los presentes, ni siquiera el propio Hawking, era consciente de las implicaciones, digamos, teológicas, que podría tener su hipótesis. Es curioso que, a pesar de lo que dice aquí, en el mismo libro –¡y en ese mismo capítulo!– señala que cayó en la cuenta de lo que podía implicar su hipótesis respecto a la idea de Creación al año siguiente de presentar su ponencia, cuando empezó a colaborar con James Hartle.

Al contar esta anécdota maquillada de esa forma y al afirmar, como vimos antes, la supuesta toma de posición de la Iglesia a favor del Big Bang, da la sensación de que Hawking quiere dar a su hipótesis más importancia de la que tiene. Y utiliza para ello la famosa estrategia del fantoche de trapo, como el que se usaba en la antigüedad para vengarse simbólicamente de un adversario al que no se podía capturar: si no puedes, o no sabes como, derrotar a tu enemigo, hazte un muñeco de trapo que se le parezca y golpéale hasta quedarte a gusto.

¿Como funciona este sofisma? Te pongo un ejemplo. Primero afirmo que don Pepito ha dicho que pasó por casa y saludó al abuelo de don José. Acto seguido, presento pruebas claras de que el abuelo no estaba en casa. Por tanto, sentencio, don Pepito es un mentiroso. Esta sería una demostración concluyente de la maldad de don Pepito... si no fuera porque don Pepito nunca dijo aquello: como todo el mundo sabe, a quien saludó fue a la abuela de don José.

Si te fijas, el sofisma del fantoche de tela es bastante común en muchos críticos de la fe y la religión. Algo muy similar hace Hawking respecto a Dios, la idea de Creación, o la doctrina de la Iglesia: presenta palabras que no dijo el Papa o modos de actuar de Dios que no son reales –ni nadie o casi nadie cree en ellos– para criticarlos y llegar a conclusiones fantasmas, como que Dios no existe, la Creación no ha tenido lugar o la Iglesia se equivoca.

En su libro, Hawking dice alegrarse de que el Juan Pablo II no conociera el contenido de su ponencia. Pero te puedo asegurar que, si la leyó, el Papa no se habría siquiera extrañado de lo que ahí se decía. Y es que, en realidad, la hipótesis de Hawking no contradice para nada la doctrina de la Creación tal y como la entiende la Iglesia Católica… Además, San Juan Pablo II era lo suficientemente inteligente y culto como para saber que las revolucionarias conclusiones de Hawkings ya las había valorado Santo Tomás de Aquino siete siglos antes...

Pero esa es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión…


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